jueves, 31 de marzo de 2011

DIOS DA Y DIOS QUITA


LA SITUACIÓN JAPONESA NOS RECUERDA LA FRAGILIDAD HUMANA

POR NIDIA CAJA

Al parecer los últimos días estamos viviendo lo que profetizaban como “Los últimos tiempos”. Si Dios estuviera en búsqueda de un balance mundial, lo haría como fuese necesario, es decir como lo está haciendo. Sacudiendo a la tercera potencia mundial, provocando un desbalance económico por medio del petróleo. ¿Alguien se atrevería a preguntarle, por qué justos pagan por pecadores? Claro que no.

El ser humano siempre estuvo en la búsqueda de mejorías, de descubrimientos que le permitieran manipular partículas en su beneficio. La Central Nuclear de Fukushima es una muestra de que el ser humano “es nada”. De nada nos sirve contar con la última tecnología si esto ocasiona 15 mil vidas. De nada nos sirve poseer la mejor economía, porque la vida es un suspiro.

Lo que aparentemente era barato, limpio e inagotable, de los recursos energéticos a partir de la separación de átomos en otros elementos para liberar grandes cantidades de energía, resultó todo lo contrario. Hoy Japón necesita defenderse de la contaminación más peligrosa y se ha quedado sin recursos. ¡Qué curioso!

Hoy, el presidente Alan García aseguró que nuestro país no necesita recurrir a éste tipo de energías. Nosotros contamos con energías naturales gasíferas hasta por cien años. ¿Qué alegría? Claro que no. Esto solo significa que estamos atrasados una vez más. Lo único bueno es que gracias al atraso, vemos desde antes los errores de los países que nos llevan décadas de ventaja en cuanto a crecimiento. Aunque podría ser que Dios no castiga de igual manera a los que no se atreven a jugar a ser como Él.

La tragedia de Fukushima es un simple recordatorio de la fragilidad del ser humano. Aunque algunas personas piensen que el final está cerca por la similitud de los textos bíblicos con la situación oriental, debemos tomarla como una oportunidad para cambiar el modelo de consumo de energía.

Aprendamos a reflexionar antes de actuar sobre los costos que estamos dispuestos a pagar para “mejorar” nuestros hábitos de vida y consumo.

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